miércoles, 21 de noviembre de 2012

LUCHAR, SIEMPRE VALE LA PENA




En el año 2003 fui galardonado, con el tercer Premio Nacional de Innovación Educativa, por un trabajo de investigación en el consumo de drogas en el centro escolar donde yo realizaba mi trabajo como docente. Dicho trabajo lo llevé a cabo por el compromiso, sin fisuras, que había adquirido con mis alumnos; con la juventud en general, para convencerles de que el consumo de drogas era un camino sin retorno, una equivocación desde cualquier prisma que se mirara. En definitiva, era un compromiso conmigo mismo y con la sociedad.

Llevaba muchos años luchando contra las drogas cuando decidí dar este paso tan importante en la investigación profunda sobre las mismas. Antes, lo había hecho sobre el tabaco casi en exclusiva. Luché contra esta lacra del tabaquismo en todos aquellos centros docentes donde tuve la suerte de trabajar. Mi tesón, mi garra y mi insistencia en defensa de la salud y mi “enfrentamiento” al tabaquismo, me granjearon algunas enemistades y la fama de profesor “broncas”.   Fueron muchos compañeros los que me dieron la espalda y lo más grave, jamás ningún directivo, de ningún centro, apoyó mi causa. Cuando alguien lo hizo, tímidamente, fue por motivos crematísticos que no mencionaré, no vale la pena.  Hoy día, debido a la Ley sobre el tabaco, todos tienen que cumplirla. Lo siento, algo habré tenido que ver en ello y en que los centros educativos estén libres de humos. Ahora nadie se acuerda.

De manera breve, contaré el itinerario seguido en mi último centro de enseñanza, el I.E.S. “Leopoldo Querol” de Vinaròs, Castellón. Llegué en 1987 para ejercer mi profesión, Profesor de Educación Física.  Encontré un centro, en el terreno del tabaquismo, permítaseme la expresión, repugnante. Se fumaba en las aulas, en los claustros, en las reuniones e incluso, muchos alumnos lo hacían a escondidas también.  Claro, si lo hacían los profesores, ¿por qué ellos no?

Mi primer “triunfo” fue todo un desafío hacia el Jefe de Estudios en aquellos momentos. Asistía a mi primer claustro como profesor de dicho centro. Mi sorpresa fue ver como se fumaba en aquel espacio. En un momento determinado pedí la palabra para decir: Por favor, si no se deja de fumar en esta reunión, me obligarán a marcharme de la misma y deseo que si, esto ocurre, se expongan los motivos en el acta de la reunión. Recuerdo que hubo un silencio sepulcral. Al cabo de unos minutos, todos los fumadores habían apagado sus cigarros. Naturalmente, me quedé en la reunión. Esto solo fue el comienzo.

 La ley que existía en aquellos momentos, creo que era la de 1984, la hice cumplir a rajatabla. Sin contar los pormenores de mi lucha, pues necesitaría escribir un libro, citaré aquellos logros más importantes, eso sí, habiéndome dejado por el camino: ilusiones, fracasos, alegrías, tristezas, enfrentamientos y algún que otro apoyo, de palabra, de hecho, ninguno. Nada me impidió, seguir luchando por mis objetivos.

Comenzaré diciendo que logré que no se fumara en la sala de profesores, esto duró varios años, años muy duros pues la mayoría del profesorado, entonces, era fumador. El profesorado dejó de fumar en las aulas, los pasillos se limpiaron de humos. Una sala para profesores fumadores y otra para no fumadores, fue una conquista extraordinaria, épica. Una lucha titánica precedió al triunfo. Se logró con sudor y lágrimas, por eso fue tan especial para mí. En ninguna reunión, por supuesto, se fumaba. La gente poco a poco, se fue concienciando y dejaron de fumar por iniciativa propia. Muchos fueron los que agradecieron aquella lucha en beneficio de todos y de la salud fundamentalmente. El alumnado disminuyó considerablemente el tabaquismo.

Mis últimos años fueron más tranquilos en este sentido. Llegó la Ley sobre el tabaco y no hubo otro remedio que cumplirla y, aún así, siempre había algún profesor que se saltaba la ley y hacía “de su capa un sayo”, esto último duró muy poco. Todos se hicieron disciplinados y cumplieron las normas que la nueva ley exigía. Por fin, el centro sin humos. Maravilloso, me sentía altamente reconfortado. La Ley sobre el tabaco, con la que no estaba, ni estoy, totalmente de acuerdo, la consideraba como algo mío, algo que me pertenecía después de tanta lucha, era como un reconocimiento a mi labor.

Todo lo hacía por la juventud a la que siempre he amado profundamente y en la que siempre he creído y además, estoy muy  agradecido a ella pues de todos los jóvenes he aprendido mucho y me hicieron crecer en mi postura y en mi lucha y también en mis conocimientos. Ellos me lo han dado todo, por eso, luchar por ellos era un deber.

Es hermoso y muy gratificante andar por la calle, sentir el cariño de la gente, de algún profesor, de algún joven, ahora ya no tan joven, cuando se acercan a ti y te dicen con satisfacción y alegría: gracias Mingo, gracias por tus consejos, gracias por aquella lucha contra las drogas. Por tu “culpa” yo he dejado de fumar, he dejado de tomar drogas, he…Todo esto me llena de orgullo y me reafirma que aquella lucha valió la pena.

Recibir el Premio Nacional de Innovación Educativa fue para mí lo más importante que podía ocurrirme en aquellos momentos. Lo consideré  un reconocimiento a toda una trayectoria de lucha profesional que además coincidía, casualmente, con el final de mi vida docente, poco después me llegaba la jubilación.

Aunque una de mis obsesiones en la vida siempre ha sido  superarme a mí mismo, es inherente en mi naturaleza, confieso que transcurridos algunos meses de la entrega del premio tuve ganas de renunciar a todo. La culpa, la culpa la tuvieron los directivos del centro, el profesorado en general y el escaso interés mostrado por los padres del alumnado del centro. El premio quedó “guardado” en un cajón, nadie se preocupó de ponerlo en marcha. Lamentable y triste realidad. Un final indecoroso e inútil.

Por todo lo mencionado, y con la máxima prudencia y modestia, puntualizo que me considero un pionero en la prevención de las drogas y muy especialmente en la prevención del tabaquismo. Mi lucha comenzó en el año 1969, por aquellos años nadie hablaba de estas “cosas”. Sin medios, sin ayudas, criticado, maltratado, apartado, aislado…la lucha continúo logrando magníficos resultados entre los jóvenes; ellos sí que respetaban el trabajo que se hacía, ellos creían en mis teorías, en mis mensajes y por qué no decirlo, en mi ejemplo. Por todo ello, siento profundamente que mis planes no se pusieran en práctica tras la consecución del Premio Nacional. Ellos, los jóvenes, sin duda, los más perjudicados y como consecuencia, la sociedad en general, ¿los responsables no tienen nada que decir? ¡Cobardes e irresponsables!
Momentos muy especiales. Recoger el premio es algo muy especial.




    




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